lunes, 6 de enero de 2014

Pensarse Argentino... Motín de Arequito...

El 12 de diciembre de 1819, el Ejército Auxiliar levantó su campamento en Capilla del Pilar (diez leguas al Sur de Córdoba), cruzó el Río II y se dirigió a Fraile Muerto.  La marcha se hizo en forma lenta, debido a que el parque de artillería, las municiones y los bagajes, llevados en carreta tiradas por bueyes, no permitían otro régimen.  Una reducida vanguardia de caballería se anticipó al grueso de la columna, a los efectos de darle seguridad y cierta protección.
A principios de enero de 1820, la columna se acercó a jurisdicción de la provincia deSanta Fe y al atardecer del día 7 acampó en la Posta de Arequito en territorio gobernado por Estanislao López, que con sus montoneros comenzó a vigilar los movimientos de las fuerzas nacionales. (1)
¿Qué ocurrió esa noche en las unidades del Ejército, que diera origen y motivos a que la agrupación de tan honroso historial contra el enemigo exterior desapareciera como fuerza nacional, absorbida por la confusión de la guerra civil?  Cuando las tropas salieron de Capilla del Pilar, era conocida la falta de cohesión que existía en las unidades.  Muchos oficiales manifestaban claramente que no estaban dispuestos a emplear las armas contra sus hermanos del Litoral y los soldados y clases –que en su mayoría eran oriundos del Norte y Centro- con la marcha hacia Buenos Airesinterpretaban que se alejaban de sus hogares para ir en defensa de una causa que les era indiferente.  Y, por si esto fuera poco, el descrédito del Directorio era absoluto, en tanto el federalismo cada día contaba con mayor cantidad de simpatizantes.
Antes de llegar a la Posta de Arequito, Fernández de la Cruz ya había tenido que adoptar algunas medidas, separando a varios oficiales que estaban sindicados como comprometidos en una revolución que podría hacer crisis en cualquier momento.  Entre ellos, se confinó en Mendoza a los orientales Eugenio Garzón (más tarde general) y Ventura Alegre, por cuyo motivo se cruzaron cartas el general San Martín y el comandante accidental del Ejército Auxiliar.  Pero no se tomaron medidas con el Jefe de Estado Mayor General Juan Bautista Bustos y con el tercero en el mando coronel Alejandro Heredia, cuyas actividades subversivas eran perfectamente conocidas.
Gregorio Aráoz de Lamadrid, que fue protagonista en los episodios previos al Motín y que cuando éste hubo triunfado, inicialmente, permaneció leal a Fernández de la Cruz, hizo el siguiente relato:
“Lleno el general Cruz de antecedentes, nos había reunido dos o tres veces en su casa, y secretamente, a todos los coroneles, incluso al teniente coronel y Jefe del 2, Bruno Morón, que merecía nuestra confianza, para consultar el partido que debería tomarse con el coronel mayor Bustos, que era la cabeza principal.  Todos los compañeros se encogían de hombros, conocían que sin separar a dicho jefe no se cortaría el mal, pero no se atrevían a aconsejar al general que diera ese paso resueltamente, en razón de justos temores que tenían de complicidad en algunos de sus oficiales y tal vez de la misma tropa.
“Me acuerdo que resueltamente dije yo al general en presencia de todos ellos no una, sino todas las veces que nos reuníamos al efecto: ¡Si el señor general quiere autorizarme, ahora mismo voy y lo fusilo al general Bustos en presencia de su regimiento.  No tengo yo temor alguno de que ningún individuo de mi cuerpo me sea infiel, al menos en la tropa!, pero el general nunca se atrevió”.  (2)
Por supuesto que no puede asignarse fundamental valor a ciertas partes del testimonio de Lamadrid, cuyo histrionismo lo llevó con frecuencia a efectuar declaraciones jactanciosas totalmente alejadas de la realidad.  Pero, sobre lo que no pueden quedar dudas, es en lo inherente al papel del general Bustos en los acontecimientos que estamos tratando, que Lamadrid ubica perfectamente.  Cabría preguntarse entonces ¿por qué Fernández de la Cruz no tomó medidas con su Jefe de Estado Mayor para evitar la revuelta, si conocía a su inspirador?.  Es indudable que si no lo hizo es porque no pudo, considerando el prestigio de que gozaba el adversario, no sólo en su unidad, el Regimiento Nº 2 de Infantería, sino en todo el Ejército, por lo cual prefirió esperar el desarrollo de los sucesos sin precipitarlos.
En la noche del 7 al 8 de enero, Bustos y Heredia ordenaron detener a los coroneles Cornelio Zelaya, del Regimiento de Dragones y Manuel Antonio Pinto, del Nº 10 de Infantería y al teniente coronel Bruno Morón, a cargo accidentalmente del Nº 2 de la misma arma –cuyo titular era Bustos- procediendo a sublevar a las unidades, que levantando los vivaques arrastraron a un Escuadrón de Húsares que se plegó al Motín, marchando a establecerse en un nuevo campamento a unas diez cuadras de distancia del anterior.
Tiene singular valor histórico determinar los verdaderos objetivos que se persiguieron al producir el Motín, puesto que de esa manera estaremos en condiciones de desvirtuar infundios que sin ningún argumento colocaban a Bustos, Heredia, Paz e Ibarra en concomitancia con los montoneros y los jefes federales.  Nada más inexacto y Paz en sus “Memorias Póstumas”, no obstante su antipatía manifiesta hacia Bustos, lo demuestra palmariamente.
“Puedo asegurar –dice Paz- con la más perfecta certeza que no había la menor inteligencia, ni con los jefes federales ni con la montonera santafecina; que tampoco entró, ni por un momento, en los cálculos de los revolucionarios unirse a ellos, ni hacer guerra ofensiva al Gobierno ni a las tropas que pudieran sostenerlo: tan sólo se proponían separarse de la cuestión civil y regresar a nuestras fronteras, amenazadas por los enemigos de la independencia; al menos éste fue el sentimiento general, más o menos modificado, de los revolucionarios de Arequito; si sus votos se vieron después frustrados, fue efecto de las circunstancias, y más que todo, de Bustos, que sólo tenía en vista el gobierno de Córdoba, del que se apoderó para estacionarse definitivamente”. (3)
Las manifestaciones precedentes son claras y ponen sobre el tapete los verdaderos móviles que impulsaron a los rebeldes a interrumpir su marcha a Buenos Aires, desobedeciendo a las autoridades centrales.  Paz es concluyente: no hubo problemas contra Fernández de la Cruz, ni tampoco diferencias en el plano ideológico; se buscó apartar al Ejército Auxiliar de los conflictos internos, sin que ello supusiera tomar partido a favor de los federales y finalmente se resolvió regresar a la frontera para continuar la lucha contra el enemigo exterior.
Vicente Fidel López llega a conclusiones bastante acertadas sobre el caso, aunque equivoca fechas y formula juicios desprovistos de fundamentos documentales.  Expone al respecto:
“Había llegado todo el Ejército a la Posta de Arequito, y pocas marchas le faltaban para entrar en la provincia de Buenos Aires y hacer una conversión de su frente y quedar a vanguardia de las fuerzas que mandaba el Supremo Director Rondeau, cuando en la noche del 10 de enero, los coroneles Bustos y Paz se pusieron a la cabeza de sus cuerpos, se apoderaron de los bagajes, de las carretas, del parque, de los bueyes, y arrastraron algunos otros cuerpos a pronunciarse con ellos contra sus jefes.  La mitad del Ejército rehusó adherirse, y al amanecer pretendió seguir marchando a su destino; pero sin víveres, sin parque y sin medios de movilidad, tuvo que capitular y entregarse a los amotinados.  Estos rehusaron toda connivencia con los montoneros del Litoral.  Carrera vino a proponerles un vasto plan de combinaciones; pero lo expulsaron y retrogradaron a Córdoba; donde Bustos burló las ambiciones de Paz; lo echó de Córdoba, solo y desairado a Santiago; de hecho se proclamó gobernador de Córdoba; se puso en relación con San Martín y O’Higgins para impedir que Carrera pudiese invadir Chile, y aseguró su asiento en la parte del ejército que había acantonado en la ciudad, haciendo un gobierno autocrático y personal, pero manso y bonachón en sus procederes, salvo algunos puntapiés o empujones que era su manera habitual de corregir a los que lo incomodaban, aunque fuesen sacerdotes.  Así quedó desligado de Buenos Aires y de todo vínculo nacional, pero desligado también de los litorales y de las otras provincias por lo pronto”. (4)
La fecha del 10 de enero dada por López es errónea, como también la ubicación que da a Paz, que entonces ostentaba el grado de comandante y mandaba un escuadrón de caballería, a la altura de Bustos que hacía unos meses había sido ascendido a Coronel Mayor.  Sin embargo, otras reflexiones que formula sobre Bustos son acertadas, en cuanto a su posición política y su actuación cuando gobernó a su provincia.
Ignacio Garzón se refirió al Motín de Arequito marginalmente, sin asignarle la importancia que realmente tuvo en el proceso que se abrió en el país a partir de entonces.
“El 7 de enero de 1810 –expresa Garzón- se produjo, como es sabido, el movimiento disolvente de Arequito, sobre el Carcarañá.  El gobernador Castro renunció el 19, reasumiendo el Cabildo la plenitud de la autoridad pública, por excusación del alcalde don Carlos del Signo para ejercer interinamente el cargo de gobernador.  Ese mismo día el Cabildo convocó al pueblo para que eligiera provisoriamente el reemplazante del doctor Castro.  El acto tuvo lugar, resultando nombrado don José Javier Díaz.  Al finalizar el mes entró en la ciudad el ejército al mando de Bustos, a quien había sustituido en la jefatura del Estado Mayor el coronel don Alejandro Heredia.  El pueblo lo recibió con aclamaciones; las damas organizaron coros que cantaron himnos y llevaron flores a Bustos”. (5)
Lamadrid, que como Paz fue protagonista de los sucesos actuando en el grupo que permaneció leal a Fernández de la Cruz, coincidió de un modo general con aquél en las causas que originaron el Motín, explicando:
“Llegamos en este orden, con el ejército, a la posta de Arequito, caída la tarde, el 7 de enero del año 20 con porción de fuerzas santafecinas en circunferencia del ejército y disparándonos algunos tiros a la columna, las cortas partidas que se aproximaban, fiadas en sus buenos caballos; cuando acampado el ejército sobre la costa del río Tercero o Carcarañá, ordena el general Bustos que el servicio de caballería se hiciese desde aquella noche por escuadrones, designándome el lugar en que debía yo colocar el 1º, que lo componían todos mis húsares, y lo mandaba el capitán José o Mariano Mendieta, tarijeño; por la razón ya expresada de haber reducido a uno la tropa de que se componían los dos y formar el 2º con los doscientos infantes que me había dado el general Belgrano”.
Continuando con su relato, Lamadrid, después de destacar en varios párrafos su actuación personal, y de referir con lujo de detalles cómo fue sorprendido por Bustos con la maniobra de retirar varias unidades del vivac, y entre ellas su 1er.  Escuadrón en actitud de rebeldía, agrega:
“Conferencian un rato y vuelve nuestro general (Fernández de la Cruz) y llamando a todos sus jefes a junta nos dice haber acordado entregar el mando de todo el ejército al coronel mayor Bustos, para que respondiese dicho jefe a la nación por él, pues decía Bustos que el objeto de la revolución era sólo el de atender a guardar las provincias contra el ejército español, y dejar de hacernos la guerra unos contra otros; que respecto a los jefes y oficiales de nuestra fuerza, habían acordado que continuarían en sus puestos todos los que gustasen, y los que no, obtendrían sus pasaportes para donde los pidieran, y se les proporcionaría los medios de conducirse”. (6)
Ernesto Palacio, en un breve comentario, asigna al Motín de Arequito un carácter netamente partidista, cuando explica que los sublevados lo hicieron al grito de “Federación”, lo cual, a nuestro juicio, no se ajusta a la realidad.  El párrafo tiene el siguiente texto:
“El Director Supremo Rondeau se puso en campaña el 1º de noviembre y ordenó al ejército del norte que viniera en su auxilio.  Pero al llegar a la Posta de Arequito el 8 de enero de 1820, el grueso de la tropa se sublevó también bajo la dirección de los coroneles Bustos y Heredia y el comandante Paz, al grito de, ¡Federación!”. (7)
El padre Julio Rodríguez, en su interesante trabajo sobre la historia de Córdoba, donde juzga con gran imparcialidad a hombres y hechos, al hacer alusión a la revuelta da esta versión:
“No se habían apagado aún del todo los odios, que entre nosotros engendrara la emulación, a pesar del gobierno laborioso y progresista del Dr. Castro, cuando tuvo lugar en Arequito la sublevación de una parte del ejército nacional encabezada por el coronel mayor Juan Bautista Bustos, segundado por otros Jefes distinguidos, entre los que figuró también el comandante entonces José María Paz.  La enseña de la sublevación fue el grito de Federación y autonomía de las Provincias de la Unión.
“El Cabildo de Córdoba segundó inmediatamente el pensamiento dominante de los sublevados, y declaró la independencia y soberanía de Córdoba.  Llegado a ésta el general Bustos con sus tropas, y apoyando la declaración del Cabildo, procedióse en marzo del año 20 a constituir Representación de la Provincia; después que el Gobernador interino…”. (8)
José María Rosa explica el suceso en forma parecida a las descripciones que de distintas fuentes hemos consignado, llamándonos la atención la poca importancia que asignó como historiador político al levantamiento, cuando a partir de él se desató una rebelión general que cambió el esquema entonces vigente.  Este es el relato de Rosa:
“El ejército al mando de Cruz se pondrá en marcha desde Pilar a fines de diciembre.  No irá lejos.  El 5 de enero (1820) se subleva en la posta de Arequito por presión del general Bustos y comandantes Heredia y Paz que no quieren tomar parte en la guerra civil y desean reservar al ejército para la guerra de la independencia.  Convienen los sublevados con Cruz que podrían ir con él quienes fuesen de su parecer.  Cruz se encuentra solo; y solo llega a Buenos Aires”. (9)
En la madrugada del 8 de enero, los amotinados se presentaron en número de 1.600 hombres a las órdenes del general Bustos, formados en línea de batalla frente a las fuerzas que habían permanecido leales a Fernández de la Cruz, que no sobrepasaban las 1.400 plazas.  Muy cerca, partidas de montoneros y gauchos alzados observaban lo que estaba ocurriendo sin tomar parte en el desarrollo de los acontecimientos, pero perfectamente conscientes en que algo importante debía resolverse en el curso de las próximas horas.
En la reunión que convocó el Comandante en Jefe, para recoger opiniones sobre la conducta a seguir, de la cual participaron los coroneles Ramírez (de la Artillería), Aparicio (del Regimiento Nº 3 de Infantería), Lamadrid de los Húsares y posiblemente algunos otros jefes y oficiales, salvo el último que propuso atacar a los amotinados, los restantes aconsejaron continuar la marcha hacia la Capital con las unidades disponibles, permitiendo a Bustos retirarse con los sublevados.
Así se hizo, privando la cordura y evitando derramamientos de sangre, que, de no ceder una de las partes, con seguridad se hubieran producido.  Bustos y Fernández de la Cruz, como consecuencia de esta decisión, separaron sus fuerzas, pidiendo el primero que, a cambio de la libertad de los detenidos la noche anterior, se le entregara la mitad del parque de artillería y de las 60 carretas que con vestuario y equipos hacía unos días se incorporaron al Ejército en Fraile Muerto.
Alrededor de las 2 de la tare del día 8, las unidades leales a Fernández de la Cruz reanudaron la marcha, llevándose la totalidad de las carretas, es decir, dejando de cumplir lo convenido.  Al comprobar la maniobra, Bustos destacó de inmediato al coronel Heredia con 500 jinetes para que se le entregaran los pertrechos acordados.  Pero cuando Heredia alcanzaba la retaguardia de la columna, cerca de la Posta de los Desmochados, comprobó que partidas de montoneros “picaban” sobre los soldados, complicando aún más su situación.  Fue entonces cuando Fernández de la Cruz ofreció entregar al general Bustos todas las fuerzas que lo habían seguido, cosa que de inmediato éste aceptó, haciéndose reconocer como nuevo Comandante en Jefe y designando en su reemplazo en calidad de Jefe del estado Mayor al coronel Alejandro Heredia.
El irlandés Mr. Yates, compañero de correrías del general Carrera por tierras del Plata, decía en su “Diario” publicado en Londres en 1824 por mediación de María Graham:
“En este estado el coronel mayor don Juan Bautista Bustos, segundo en el mando, se puso al frente de la revolución y se declaró por el ejército federal, exigiendo de Carrera y de Ramírez que se le cediese el gobierno de Córdoba protestando su mayor veneración y amistad a sus nuevos aliados y su disposición a auxiliarlos a llevar a cabo sus miras”.
El 9 de enero, después de haber recibido el armamento de los últimos soldados que se mantuvieron fieles a Fernández de la Cruz, Bustos dispuso continuar la marcha, pero en lugar de hacerlo hacia Buenos Aires ordenó que la columna volviera sobre sus pasos y se internara en la provincia de Córdoba.
Con referencia a la conducta asumida por Bustos en esta emergencia y su posterior promoción a gobernador de la “docta”, nos parece oportuno transcribir la opinión de Martín G. Figueroa Güemes, profundo conocedor de la trayectoria de su antepasado el general Güemes, quien dice:
“Y esta genial desobediencia no fue otra cosa que una oportuna imitación de la conducta de José de San Martín cuando se negó a regresar con el ejército de los Andes para afianzar el centralismo absolutista a costa de la independencia americana.
“A raíz del levantamiento de Arequito, que sustrajo al ejército del Norte de su inminente destrucción en los campos del litoral, que habían devorado ya fuerzas superiores en hombres y armamentos, le imputaron a Bustos el ánimo de encastillarse en Córdoba para cuidar a la manera de un señor feudal de sus propios intereses…  El lector a través de la documentación que hemos recibido, juzgará por sí mismo tan canallesca imputación.
“La sublevación de Arequito contó con el conocimiento y consentimiento de Güemes, jefe de las fuerzas norteñas en reemplazo de Belgrano, por la alta finalidad perseguida por sus gestores.
“Bustos, a quien correspondió el mando de los sublevados, no por arbitrario designio, sino por su mayor grado militar; José María Paz, Alejandro Heredia y Felipe Ibarra, que lo secundaron con igual responsabilidad en la decisión, arrastrando tras sí la voluntad de la mayor y mejor parte de sus subordinados, consumando el feliz motín en forma incruenta y ordenada.  Los cuatro hombres señalados, eran garantía de sensatez, de pundonor, de aptitud y de temeridad; Bustos, militar ilustrado y sereno, como lo demostraría hasta la saciedad en el período de su gobierno en Córdoba.  Paz estudiante universitario de talento indiscutido que cambió la toga por la espada al iniciarse las hostilidades contra España; Heredia, doctor en filosofía y derecho, orador y poeta de fuste; e Ibarra, ex interno del convictorio de Monserrat…: Tales los bárbaros que consumaron el incruento y feliz levantamiento del ejército de Belgrano destinado por el desatino del “ilustre Rondeau” a sucumbir en entreveros fratricidas”. (10)
Hemos creído ilustrar a nuestros lectores, mediante lo que sobre el particular expresaron varios cronistas y protagonistas del suceso, lo que fue la jornada del 7 de enero de 1820 en la Posta de Arequito, que el liberalismo llenó de denuestos y utilizó para agraviar al general Bustos, a quien responsabilizó de los males que vivió el país a partir de entonces.
Referencias
(1) Algunos historiadores –entre ellos José María Rosa- mencionan como fecha del Motín el 5 de enero de 1819.  Es un error, fue el 7, de acuerdo con documentos oficiales.

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