martes, 14 de enero de 2014

Cuento sobre el 17 de octubre y el pueblo

Cuento sobre el 17 de octubre y el pueblo:

El pueblo siempre oficiaba del último orejón del tarro, fuerte pero débil, potente pero estéril, siempre juntos pero solos.
El pueblo ya era viejo pero joven y como en esos estados de vejez prematura suele pasar ya no tenía demasiadas esperanzas, las había perdido abajo de tanta burla, detrás de tanta miseria, de tanta violencia, de tantos anhelos perdidos, de tantas falsas esperanzas, de tanta rabia contenida.
Nadie se acordaba que el pueblo parecía viejo pero era joven, que parecía débil pero era fuerte, que estaba dividido pero solo detrás de categorías de análisis, divisiones extrañas, foráneas.
Nadie le daba de comer al pueblo, nadie le daba el amor que se merecía por ser eso, pueblo.
Toda esta situación venía legitimada desde hacía años, desde antes de llamarse pueblo, de antes de ser el potencial motor de los cambios, claro que el pueblo no sabía que podía; pero si que podía.
Entonces apareció uno que entendía al pueblo, que lo quería, porque lo quería ver de pie, no de rodillas, porque sabía que el pueblo tenía una fuerza incontrolable, porque sabía que a la izquierda del pueblo no había nada, y que sin el pueblo unido no había chances de plantarse contra los devoradores, esos que se cagan en el pueblo porque se cagaron siempre, porque no quieren que el pueblo se de cuenta de su fuerza, de que es grande por ser pueblo y que al ser pueblo no puede ser dominado para siempre, y que el pueblo unido es una fuerza incontrolable.
Entonces el compañero (lo vamos a llamar así porque el era parte del pueblo) empezó a darle de comer, a darle dignidad, darle amor, a mostrarle que no era débil, que era fuerte, le enseñó a conseguir su propio alimento, a atender sus necesidades, a entenderse parte de su tierra (todos los pueblos son parte de su tierra) y que su tierra necesitaba el compromiso de su pueblo, porque sin eso, patria y pueblo serían devorados por aquellos detractores del pueblo y de la patria, los anti patria, los anti pueblo. Ellos viven del pueblo como el patrón vive del obrero, como el dueño vive de su tierra, como los parásitos viven de otro organismo más grande, pero no tan "vivo" como para darse cuenta que es mas grande.
El compañero les enseñó estas cosas, les enseño de la patria, del pueblo y de los devoradores, y mientras les enseñaba les daba amor, les daba dignidad, les daba orgullo, el orgullo de ser argentino.
Pero los devoradores no querían que el pueblo se avive, lo querían subordinado a sus deseos, así ellos siguen su fiesta. Entonces fraguaron un plan: "matemos al pastor, y sus ovejas serán dispersadas" Acabemos con el compañero, el compañero se llamaba Juan Perón "encerrémoslo, mostrémosle al pueblo que el no manda, que mandamos nosotros, mostrémosle a Perón que con nosotros no se juega"
Ahí empieza la historia del pueblo, donde el pueblo entendió que era pueblo y como pueblo tenía autoridad per se.
Lo encerraron a Perón en una Isla y tiraron la llave a la mierda, pensaron que con esto alcanzaba, pero no sabían que el pueblo ya no era tan boludo, el pueblo había aprendido que era pueblo, y como pueblo era grande.
Y en el medio del pueblo una luz brillaba, esa luz tenía un nombre especial, con la que el pueblo la llamaba, esa luz se llamaba Evita, y ella era un gorrión, y era una guía del pueblo, porque también era pueblo.
Al oído habló al pueblo, al vientre de la patria, al pueblo al que cariñosamente llamó descamisados, porque así les gustaba andar tranquilos por la vida.
Todo el pueblo se levanto de sus moradas, se fue de sus trabajos, abandono la orden de sus patrones de quedarse quietos. El pueblo no se quedaba más apichonado. El pueblo se había dado cuenta de que su fuerza era incontrolable, y sabía que no le iban a arrebatar lo que habían conseguido, lo que le pertenecía como pueblo; La dignidad.
Ese Pueblo argentino fue de la mano de Evita a la plaza de mayo, a nacer como fuerza, a nacer como peronista, a rescatar a Perón, cueste lo que cueste, porque no iban a perder lo que Perón les había dado, y lo iban a defender con uñas y dientes.
"Perón, Perón, Perón" solo eso sabía decir el pueblo, sabía decir el nombre del que los había amado, eso solo, no existía la marcha peronista ni nada de eso, pero la proclama asustó a los devoradores, los aterrorizó, fueron corriendo a buscarlo, y mientras el pueblo se despertaba como fuerza, Perón salía de su mazmorra para ser llevado al altar donde sellarían un pacto.
Así salió el compañero a hablarle a su pueblo:
"Trabajadores... Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción: pero desde hoy, sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Patria... Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente en mi corazón... ...Que sea esta unidad indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea una unidad, sino para que también sepa dignamente defenderla. ¿Preguntan ustedes dónde estuve? ¡Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil veces por ustedes! ...Y ahora llega la hora, como siempre para vuestro secretario de Trabajo y Previsión, que fue y seguirá luchando al lado vuestro para ver coronada esa era que es la ambición de mi vida: que todos los trabajadores sean un poquito más felices... ha llegado la hora del consejo, y recuerden trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa Patria, en la unidad de todos los argentinos..."
"Perón, Perón, Perón" El pueblo no paraba de mencionar su nombre, y fue ese el principio de una unión que cambió el destino de la patria, y el de todos los argentinos. El pueblo se dio cuenta que era grande y fuerte, y que su fuerza empujaría los cambios que necesitaba como pueblo, el pueblo paso a ser el sujeto de transformación para su patria y para todos los argentinos...

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