jueves, 7 de noviembre de 2013

30 años de democracia en la Argentina

Por Tato Solla
La discusión de fondo del derecho al voto, en el período más largo de democracia en el país.
El día domingo 27 de Octubre, se celebraron elecciones legislativas en todo el territorio nacional. Lo que estaba en juego, lejos de los análisis coyunturales de si gana el oficialismo o la oposición, si se imponen correctivos o se fuerza el diálogo, fueron las banas que van a ocupar los hombres y mujeres que decidirán sobre la vida institucional de nuestro país, a través de la legislación.
En 1983, un 30 de Octubre, se imponía en las primeras elecciones presidenciales en 10 años la fórmula radical Alfonsín-Martínez, con el 51% de los votos. El triunfo de Alfonsín, con su impronta republicana, de recuperar las instituciones, de unión entre los argentinos, de reivindicar los derechos humanos, selló definitivamente la etapa más oscura de nuestra historia, y marcó un cambio radical. Se ponía fin así a la dictadura cívico-militar que gobernó el país desde 1976 hasta 1983.
A treinta años del fin de la última dictadura, recordamos por qué hay que valorar la democracia, la que tenemos, con todas sus fallas y errores.

Sobre la democracia en al Argentina

Don Hipólito Yrigoyen, primer presidente electo por el sufragio universal, secreto y obligatorio,
Don Hipólito Yrigoyen, primer presidente electo por el sufragio universal, secreto y obligatorio,
La historia de la democracia en nuestro país, como la conocemos hoy día, donde votan hombres y mujeres por igual – y ahora los jóvenes de 16 años –, es reciente. A fines del siglo XIX cuando se empieza a consolidar el Estado Nacional Argentino, sólo votaban los hombres, mayores de edad. Las diferencias sociales de aquel entonces, hacía que sólo unos pocos pudiesen acceder a los medios necesarios para realizar una vida política. Léase: saber leer y escribir, tener una profesión, propiedad, y tener los medios para financiar un partido político. Ergo, quienes gobernaban, en aquel entonces eran los representantes de la oligarquía terrateniente, que lejos de defender los derechos de las mayorías gobernaban en pos de sostener los intereses de la minoría agroexportadora.
El sistema de voto hasta 1914 era algo que está a años luz del sistema del cuarto oscuro al que estamos acostumbrados: se votaba en mesas en las plazas, donde los fiscales anotaban en listas el candidato que cantaban los votantes. Si a esto le sumamos la enorme cantidad de gente humilde (y no tanto, a veces) que estaba sumida en el analfabetismo, el resultado era, presisamente, cantado. Los fiscales anotaban a quien le parecía, o personal armado, al servicio de los partidos oligárquicos sugería a punta de pistola “Vote por tal”.
La llegada de las masas al voto universal, secreto y obligatorio no se gestó de un día para el otro, y mucho menos por buena voluntad de los gobernantes. Pero no fueron cambios que llegaron solos, sino que empujados por procesos populares, de sectores medios, de profesionales, de trabajadores, que, al sentirse excluídos de la política oligárquica de los terratenietes y magnates agrarios, decidieron dar un salto a la política. Se sucedieron conflictos violentos en la Buenos Aires del 1890: las Revoluciones del 1893 y 1905, fueron ambas dirigidas por los dirigentes radicales Hipólito Yrigoyen y Leandro N. Alem.
La presión y la conflictividad de la Buenos Aires (y las principales ciudades del país) se hacía sentir en el gobierno: desde los sectores medios urbanos, intelectuales influídos por las nuevas ideas europeas, sectores populares, obreros, trabajadores rurales pugnaban no sólo por el derecho al voto, sino por una verdadera representación política. Con dirigentes y propuestas propias. Es así que en 1912 el entonces presidente Roque Saenz Peña decreta la Ley Saenz Peña. Esta ley es la que configura los comicios como los conocemos hoy: se vota en las escuelas, en un cuarto oscuro, el voto ya no es cantado y se emite a través de boletas. Votaban los hombres, argentinos, mayores de 18 años, sin distinción de clase.
1952, primeras elecciones en que las mujeres acceden al voto. Evita, ya enferma, votaría desde la cama del hospital.
1952, primeras elecciones en que las mujeres acceden al voto. Evita, ya enferma, votaría desde la cama del hospital.
La Ley Sáenz Peña marcó el inicio de una vida democrática, si bien aún limitada – no votaban las mujeres –, pero más auténtica. Las elecciones de 1916 dan por ganador por vez primera a la Unión Cívica Radical y su candidato Don Hipólito Yirigóyen. El primer gobierno de carácter popular de nuestra historia.
No fue casualidad que fue con el gobierno del General Perón – 1946-1955 – que la mujer pasa a particiapar activamente en la vida política del país: la primera dama, María Eva Duarte de Perón, se convierte rápidamente en un actor político de peso en el gobierno peronista.
En la cámara de diputados en 1946 entran las primeras mujeres diputadas, que iban en la lista del presidente Perón. Fue la misma Evita que presidió la Comisión Pro-Sufragio Femenino, que en 1952 se cristalizó en una ley que permitía a las mujeres votar.
Ahora si estábamos todos incluidos. Votaban ricos y pobres, hombres y mujeres, obreros y empresarios. Todos. Un ciudadano equivale a un voto. Y que las urnas definan quién gobierna.

En dictadura

Las interrupciones del órden institucional-democrático del país han sido numerosas. En 1930 se inaugura lo que, lamentáblemente, sería una constante a lo largo de la historia del siglo XX en la Argentina. Uriburu (aliado de las fuerzas oligárquicas) derroca a Yrigoyen por los “vicios de la democracia”. En 1955 la Fuerza Aérea y la Marina (aliados a los mismos que habían volteado a Don Hipólito) ponen fin al segundo gobierno de Perón. “Demasiado populismo”, argumentaban esta vez. Probablemente demasiados intereses habían tocado a las minorías que quieren sojuzgar a las mayorías.
Frondizi e Illia sufrieron el mismo destino. Demasiado débiles. Demasiado lentos.
María Estela Martínez de Perón, en 1976, también fue destituida de su cargo. Había demasiada inestabilidad en el país y so pretexto de combatir la subversión, un grupo de oficiales militares – adiestrados por la CIA en la Casa de las Américas – aliados a numerosos partidos políticos optaron por poner fin a su gobierno. Una dictadura no se trata sólo de no votar. Se trata de una minoría que, como no pudo imponer su propio proyecto de país en las boletas, lo hace por las balas. No son sólo militares: siempre están secundados o conducidos por civiles y partidos políticos. Muchas veces por embajadas de otros países. Siempre es por la imposición de un proyecto determinado de país. El que acuerdan las mayorías en las urnas o el que imponen las mayorías por las armas.
El presidente de-facto Jorge Videla (izq,) y su Ministro de Hacienda, Jośe Matínez de Oz (der.)
El presidente de-facto Jorge Videla (izq,) y su Ministro de Hacienda, Jośe Matínez de Oz (der.)
En el caso de la última dictadura lo que se impuso por la fuerza fue el proyecto financiero neoliberal. La Argentina había llegado a los máximos niveles históricos de industrialización y de distribución de la riqueza: 60% de PBI industrial, 54% de la riqueza quedaba en manos de quienes trabajaban y 1% de desempleo.
Esto se traducía en numerosas ventajas para la Argentina. Autoabastecimiento de manufacturas industriales – se fabricaban desde heladeras hasta aviones, y desde motores de autos hasta tractores para el agro –. Con porcentajes tan bajos de desocupación los salarios eran altísimos, lo que permitía a quien trabajaba tener, con un solo empleo, un muy buen estandar de vida – casa propia, educación y salud para los hijos, etc –. El pleno empleo, y la producción nacional, era el principal motor de la independencia económica argentina, y los balances positivos de las cuentas públicas hacían que la dependencia de crédito internacional fuese escasa.
Obviamente, nadie en su sano juicio querría cortar con este estado de buen vivir. Y los intereses foráneos tuvieron que cortarlo por la fuerza.
La ultima dictadura cívico-militar vino a imponer un nuevo orden. El orden de la especulación financiera por sobre la producción. On orden al que le sobra mano de obra y que la somete, sin más, a la pobreza. No fue casualidad, entonces de la nómina de desaparecidos del Nunca Más,más del 60% son trabajadores organizados en sindicatos y miembros de comisiones internas de fábricas. Y, a fuerza de torturas, desaparciones y guardar bien las urnas, el proyecto se impuso.

La voluntad de la mayoría

Habiendo recuperado la posibilidad del voto hace – sólo – treinta años tenemos que valorarlo. En la era del consumismo la política ha caído también en esa lógica. Los partidos, lejos de ser las estructuras en que se reflejaban las voluntades políticas de los distintos grupos sociales, que pujaban por distintos proyectos de país – válidos o no, no vamos a juzgar partidariamente –, se han convertido en los posmodernos partidos de imposición de candidatos. Lejos de discutir política o proyectos, discuten personajes.
Tenemos que recuperar la discusión política, la discusión por un proyecto propio de país. Ir a votar no es sólo levantarse temprano un domingo cada dos años para meter una boleta con una cara, o un color determinado, que nos hayan vendido bien los medios. A quienes se dedican a la política (los llamados políticos profesionales) hay que escucharlos, cuestionarlos, fijarse con quien se alían y quién ocultan.
El ejercicio de la democracia exije un rol activo del votante. Lejos de la pasividad que prentenden los slóganes cortos y el marketing de candidatos. Que no nos vendan gestión, exijamos gobierno. La política no puede estar secuestrada por candidatos oportunistas de turno o profesionales de la política. La política y la democracia sonnuestras herramientas para modificar lo que consideramos injusto y para sostener lo que creemos correcto, no para nosotros, sino para nuestros pares. Para todos. La política bien entendida y practicada, si hay algo que no incluye es la opción individual. No hay salida en el individualismo, la mejor solución es siempre la colectiva. La que mejora para la mayoría. Y de ahí que es fundamental cuidar el voto, ser activo en la política y defender la democracia. Ejerciéndola.