Ricardo Carpani nació el 11 de febrero de 1930 en la localidad de Tigre, provincia de Buenos Aires, murió el 9 de septiembre de 1997 en Buenos Aires. Pasó su infancia en Capilla del Señor hasta que en 1936 su familia se mudó a la ciudad de Buenos Aires, cursó sus estudios secundarios en el Colegio Rivadavia.
Comenzó los estudios de abogado pero los abandonó cuando en 1951 decidió radicarse en París, en la ciudad francesa comenzó a interesarse seriamente en la pintura, tomando cursos que luego continuó en Buenos Aires.
Vivió dos años en la capital francesa, a su regreso dedicó un tiempo a viajar por Chile y el interior de nuestro país. Una vez asentado en Buenos Aires retomó los estudios de pintura, esta vez con el maestro Emilio Pettoruti.
Expuso por primera vez en 1957 junto a Juan Manuel Sanchez (1930) y Mario Mollari (1930).
Su compromiso con la causa de los trabajadores lo expresó en obras como “Huelga” de 1958, en tanto que en 1961 realizó un mural para el sindicato de la Alimentación al que tituló: “Trabajo. Solidaridad. Lucha".
Carpani expuso sus obras en varios países: México(1960), Roma(1960), Londres (1961), Rìo de Janeiro(1961), Estocolmo(1962).
El grupo Espartaco
En 1959 conformó el Grupo Espartaco junto a Sanchez y Mollari, a los que se les sumaron Juana Elena Diz (1925), Raul Lara Torrez(1940) joven pintor de nacionalidad boliviana, Pascual Di Bianco (1930-1978), Carlos Sessano (1935), Esperilio Bute(1931-2003) y Franco Venturi, nacido en 1937 y desaparecido en 1976.
En 1961 Carpani y Di Bianco abandonan el grupo, el cuál se disolvió en 1968 con una exposición que fue su última actividad.
El grupo Espartaco planteó la necesidad de un arte con raíces en el país y atento a las necesidades y lucha del pueblo trabajador.
Su filiación política puede inscribirse en la llamada izquierda nacional que durante un largo período lideró Jorge Abelardo Ramos.
El grupo también fue expresión de la nacionalización de una porción de las clases medias que hasta 1955 había sido masivamente contraria al Movimiento Nacional, luego del golpe de estado autodenominado “Revolución Libertadora”, importantes sectores de la clase media detectaron las mentiras de la oligarquía liberal y su falsa democracia que condenaba a la mayoría del pueblo, particularmente a los más humildes, a una difícil situación económico-social y que además no les permitía expresarse políticamente, por la proscripción de movimiento mayoritario.
Señalaba el documento inicial del Grupo Espartaco: “Es evidente que en nuestro país, a excepción de algunos valores aislados, no ha surgido hasta el momento una expresión plástica trascendente, definitoria de nuestra personalidad como pueblo. Los artistas no podemos permanecer indiferentes ante este hecho, y se nos presenta con carácter imperativo la necesidad de llevar adelante un profundo estudio del origen de esta frustración.”
Ponía en duda los prestigios otorgados por interesadas críticas que monopolizaban supuestas elites que vivían al margen de las realidades cotidianas de un pueblo alejado a la fuerza de los temas políticos: “Si analizamos la obra de la mayor parte de los pintores argentinos, especialmente de aquellos que la crítica ha llevado a un primer plano, observaremos como característica común el total divorcio con nuestro medio, el plagio sistematizado, la repetición constante de viejas y nuevas fórmulas, que si en su versión original constituyeron auténticos hallazgos artísticos, al ser copiados sin un sentido creativo se convierten en huecos balbuceos de impotentes.”
“Las causas determinantes de esta situación están en la base misma de nuestra vida económica y política, de la cual la cultura es su resultado y complemento. Una economía enajenada al capital imperialista extranjero no puede originar otra cosa que el coloniaje cultural y artístico que padecemos. La oligarquía, agente y aliada del imperialismo, controla directa o indirectamente los principales resortes de nuestra cultura, y, a través de ellos, enaltece o sume en el olvido a los artistas seleccionando únicamente a aquellos que la sirven.”
El Grupo Espartaco hacía su aparición anunciando el fin del artista inmune a la realidad, preocupado con exclusividad por una estética vacía. De alguna manera tomaba la tradición del Grupo Boedo haciendo su opción por los trabajadores, pero a su vez introduciendo como tema central la cuestión nacional y ponía en el tapete el accionar del imperialismo en América Latina.
También incursionaba en un tema crucial por la que atraviesa cualquier artista con deseos de hacerse conocido: o limita su actividad creadora al gusto de las minorías pudientes que son quienes tienen los medios para adquirir las obras, o hace caso omiso a las modas y deja fluir toda su creatividad, aún a riesgo de no llegar al gran público.
“El resultado de todo esto es que el artista no tiene otro camino para triunfar que el de la renuncia a la libertad creadora, acomodando su producción a los gustos y exigencias de aquella clase, lo que implica su divorcio de las mayorías populares que constituyen el elemento fundamental de nuestra realidad nacional. Es así como, al dar la espalda a las necesidades y luchas del hombre latinoamericano, vacía de contenido su obra, castrándola de toda significación, pues ya no tiene nada trascendente que decir. Se limita entonces a un mero juego con los elementos plásticos, virtuosismo inexpresivo, en algunos casos de excelente técnica, pero de ninguna manera arte, ya que éste sólo es posible cuando se produce una total identificación del artista con la realidad de su medio.”
Otra característica de gran importancia del Grupo fue el haber hecho propia la concepción Latinoamericana de Nación.
“El problema del surgimiento de un arte nacional en nuestro país, determina el verdadero alcance que debe tener para nosotros el término nacional. Unidad geográfica, idiomática y racial; historia común, problemas comunes y una solución de esos problemas que sólo será factible mediante una acción conjunta, hacen de Latinoamérica una unidad nacional perfectamente definida.”
El Grupo Espartaco estuvo influenciado por los muralista mexicanos Orozco, Rivera y Tamayo, como así también por el ecuatoriano Guayasamín y el brasilero Portinari, pero adquirieron una personalidad propia, necesidad imprescindible de todo creador, como lo expresaron claramente en su documento inicial.
Cada uno de estos artistas manifestó en sus obras su compromiso social con los desposeídos, Sanchez mostraba es sus óleos un fondo de fábricas o su obra “Marines 65” con calaveras y un fondo de la bandera norteamericana, en Juana Elena Diz se visualiza la situación de la mujer con claros rasgos aindiados, Mario Mollari con sus cañeros o las mujeres del norte en sus tareas con amplios sombreros. O los hombres de brazos enormes y potentes, con expresiones duras.
El sufrimientos en las figuras de Carlos Sessano con sus brazos hacia el cielo como implorando por justicia.
Franco Venturi, estuvo detenido en 1972 en el penal de Rawson y se salvó de la Masacre de Trelew, pero desapareció el 20 de febrero de 1976, había nacido en Italia en 1937 y llegado a la Argentina en 1950, su obra de 1969 “En defensa de nuestra forma de vida” sintetiza los métodos violentos utilizados en la Argentina para silenciar a los movimientos populares.
El arte y la revolución en América Latina
En 1961 Ricardo Carpani desarrolló sus ideas ya expresadas en el manifiesto del Grupo Espartaco en un libro que tituló “Arte y Revolución en América Latina” editado por la Editorial Coyoacán donde se publicaban las obras de la izquierda nacional.
En este libro expresa su visión sobre el papel de un artista en un país semicolonial:
“El divorcio entre artista y sociedad, inherente a todo período histórico de transición y producto de la carencia de una base valorativa común, se ve agravado en nuestra época por el peculiar desarrollo del capitalismo. Éste, con su concepción individualista de los problemas del hombre y la exaltación de los valores de utilidad, ha tendido, desde su nacimiento mismo, a separar cada vez más al artista de la sociedad. La obra de arte dejó de ser un bien social para transformarse en mercancía. Perdió su carácter monumental y colectivo, dejando de estar en contacto directo con la comunidad, para pasar a ser el lujo de unos pocos.”
El rol de un artista en un país dependiente distaba de ser fácil, donde triunfar, es decir ser aceptado por el establishment cultural, implicaba renunciar a ideales y principios, esto era anunciado por Carpani con claridad: “El resultado de todo es que el artista triunfa en la medida en que, renunciando a su plena libertad creadora, acomodo su producción a los gustos y exigencias de aquella clase. Se divorcia así de las mayorías populares que constituyen el elemento fundamental de nuestra realidad. Con el pretexto de la universalidad del arte reniega de lo nacional, sin darse cuenta de que en última instancia, el arte que copia -el europeo- es un arte profundamente nacional.”
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