martes, 11 de febrero de 2014

Mujer Latinoamericana,Martina Chapanay...


A mediados del 1800, Martina Chapanay fue el terror de los caminos. Luego se convertiría en protectora de los desvalidos. Hoy los gauchos le rinden homenaje. 


La bandida rural - Martina Chapanay 

Imaginando el mito. No se conoce retratos históricos de Martina Chapanay. 

"Bandidos populares de leyenda y corazón, queridos por anarcos, pobres y pupilas de burdel, todos fuera de la ley", canta León Gieco en su tema "Bandidos rurales", vestido de bandolero y con un viejo Winchester en la mano. En la canción, el artista nombra prácticamente a toda esta casta de proscriptos, que existió desde los albores de la República. Obviamente, no soslaya a la bandida más famosa de San Juan: Martina Chapanay (también nombra a José Dolores y a Santos Guayama). La misma mujer a quien los gauchos rendirán homenaje hoy y mañana en Mogna, en el oratorio donde están enterrados sus restos, según cuenta la historia; homenaje que forma parte de los festejos con motivo de un nuevo aniversario del departamento Jáchal. 

Mucho se ha escrito de cómo una niña de las lagunas de Guanacache se convirtió en una bandolera, para luego redimirse y poner sus habilidades al servicio de los desvalidos, aunque no hay documentación histórica que lo certifique. Sólo la tradición oral popular la identifica como una suerte de Robin Hood local. "La Chapanay", de Pedro Echagüe, es la narrativa que más datos aporta sobre la mítica figura, cuyo origen se remonta a la laguna del Rosario, donde nació allá por 1811. Pero antes de continuar abrevando de Echagüe, es preciso aclarar que se trata de una novela, y como tal, se mezcla la verdad con el mito y la imaginación del escritor. 

Martina fue hija de Juan Chapanay, un indio del Chaco, y de Teodora, una mujer que sufrió un asalto y que el toba salvó de una muerte segura en medio del desierto. La niña nació un año después de la Revolución de Mayo, y su madre murió cuando ella tenía apenas 13. "Martina crecía casi abandonada, sin dirección ni consejos, en la vida semisalvaje de las lagunas. A tan corta edad, denotaba ya un carácter rebelde y varonil. Sus juegos predilectos eran los violentos, y tenía a raya a todos los muchachos del pueblo", escribe Echagüe. 

A pedido de una tal Clara Sánchez, de la ciudad Capital, Chapanay le entrega a su hija para que la críe y le ayude con las tareas domésticas. Entre los peones de la casa, Martina conoce a un hombre de apellido Cruz y de alias "Cuero", con varias entradas en la cárcel por robos. Con él es que escapa al campo un tiempo más tarde. El caso es que "Cuero" forma en un par de meses una banda de salteadores y ahí, según Echagüe, la lagunera cambia sus ropas de mujer por las de varón, las que no desentonan con su estampa hombruna. 

Ya era ducha en ciertas tareas del campo que hacen los varones, y con su nueva vida, Martina no hace más que potenciarlas. Sin embargo y a pesar de haber participado en varios asaltos, esas malas juntas le duran poco. Por un desacuerdo con "Cuero", la mujer comienza a rebelársele y no tarda en llegar la oportunidad de abrirse de la banda. Refiere Echagüe que a Martina no le incomodaba asaltar, pero sí el maltrato e incluso los asesinatos que hacían sus compinches de las víctimas. 

A esta altura de la historia, surge uno de los capítulos más conocidos por los sanjuaninos. Porque "Cuero" se topa con un personaje apodado "Doctor", un bandido de nombre Juan Cadalso, quien para congraciarse le obsequia dos hermosas caravanas de brillantes, dos mates de plata, dos sahumadores del mismo metal, unas vinajeras y un crucifijo de oro macizo, como de cuatro pulgadas de largo, enclavado con brillantes. El "Doctor" los había robado de la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto, en Santiago del Estero. 

En San Juan, las bandas aterrorizan los caminos. El gobernador Manuel Quiroga supervisa personalmente la cacería humana a manos de la policía, y en una de esas redadas la ley desbarata la banda de "Cuero" y recupera el botín antes descripto, excepto el crucifijo y las caravanas. Aquí es donde Martina se entrega sin luchar, y luego, ayuda a la policía a tender una trampa a su ex compañero de andanzas. Este es el primer paso en el camino de la redención de la lagunera. 

La Chapanay es liberada, se aloja en casa de una mujer de la Capital, pero después vuelve al campo y allí se ofrece para todo tipo de tarea rural y trámite que exija conocimientos de baquía y destreza, pero más que todo a ayudar a cualquier viajero que sufra una urgencia en el camino. Entre tantas historias, figura la del hombre que salva del ataque de dos famosos bandidos, entregando luego al que resulta vivo de su encuentro a cuchillo. O la de dos unitarios que socorre a la vera del río San Juan, mientras huyen de las huestes de Juan Manuel de Rosas.

Los años pasan, y cuando llega a Mogna, Martina lo hace impulsada por una promesa que quiere cumplir antes de morir. Tiene 66 años y viaja sobre su caballo a ver a una india amiga. Apenas la encuentra, le encarga que vaya hasta Jáchal a buscar un cura. Pero arriba otro sacerdote al paraje, y la Chapanay le revela su gran secreto: Ella guarda las caravanas de la Virgen de Loreto y le pide al religioso que las restituya. Con este gesto, su última gran deuda está saldada, y con su muerte, acaecida en Mogna, nace una nueva leyenda. 

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