La frase “Recomponer el tejido social” causa en los oídos de los vecinos de
mi barrio una sensación entre el miedo y el rechazo. Tal vez estas dos sensaciones
sean en realidad, una misma sensación. No sé cuál de las palabras la genera en
mayor intensidad.
Lo social no, ya no es tabú, y
como todo tabú que abandona esa condición, se pasea bailoteando, (hasta caer en
el vacío), por la cornisa de la moda.
Lo de tejido no se entiende en
las ruinas culturales de un barrio
olvidado; a un paso de la
Capital, que ve en el individualismo ciego el camino para
llegar a la salvación, el tan ansiado como tramposo ascenso social…
Yo creo que el miedo lo genera
el verbo “Recomponer”. Porque significa que algo que estaba bien ya no lo está.
Porque significa aceptar la muerte del espejismo neoliberal y volver, exhaustos,
al lugar del que pretendíamos escapar: Nuestra identidad. Porque tenemos que
hacerlo nosotros, porque nunca nos va a liberar quien vive de nuestro trabajo.
“Recomponer el tejido social” causa en los ojos de los vecinos de mi
barrio un escepticismo burlón, que va mutando a sorpresa cuando los pibes de la
plaza caen con escobas y la dejan limpia para la peña. Cuando viejos militantes
se acercan rengueando a ofrecer un consejo, y a llevarse en el pecho una
reivindicación a su trabajo de hormiga. Cuando alguien pide que le pasen la
pala para juntar la basura que algún puntero olvidadizo olvidó mandar a juntar.
Cuando asoma la historia del barrio y un anciano cuenta que el monolito que hoy
no exhibe más que dejadez, fue un día un monumento a los caídos del 55.
“Recomponer el tejido social” causa en los cerebros de los vecinos
de mi barrio, cuando ya la peña es un hecho, cuando ya tocaron las bandas del
barrio, ya los pibes jugaron en el pelotero, ya expusieron los artistas, ya se
juntaron firmas para que se mejore la iluminación, una vez que el miedo se
asustó y dejó de encerrar y paralizar, recién después de que compartieron la
tarde los “drogones” con los “caretas”, los “pendejos” con los “viejos chotos”,
los “del barrio” con “los de la facultad”, recién ahí, la frase causa lo que
buscó causar. Despertar del letargo, pararse de manos, espalda con espalda,
reconocerse en el otro sin esas divisiones ficticias, entonces el mecánico
acerca un alargue con la luz, el borracho convida la cerveza, el farmacéutico
le da cambio al que vendía tacos, y si bien esto puede parecer poca cosa a
algunas mentes demasiado revolucionarias como para detenerse en estos detalles,
recomponer el tejido social causa, en los corazones de mi barrio, una mueca
similar a la alegría. Un soplido parecido a la esperanza.
Martin Cacciato, 31 años, referente barrial de Colectivo Transformador
Martin Cacciato, 31 años, referente barrial de Colectivo Transformador
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