domingo, 6 de abril de 2014

Nunca Más



El 24 de marzo de 1976 un golpe militar desplazó el gobierno de Isabel Perón, inaugurando una etapa donde la violencia, ya visible anteriormente, comienza a  incrementarse enormemente. La dictadura prevaleció hasta diciembre de 1983, cuando asume Raúl Alfonsín como presidente constitucional.
 Es interesante tener en cuenta para abordar el análisis de este periodo el progresivo aumento de poder y de autonomía que fueron concentrando las tres fuerzas y, asimismo,  el papel de redentores que se adjudicaron. Se autoproclamaban los legítimos defensores y garantes de la nación y los únicos que podían acabar con el caos existente. Este discurso, sin embargo,  sólo pudo ser posible con el consentimiento de amplios sectores sociales y políticos.
En esta nota queremos destacar que la imagen y el sentido de la última dictadura fueron mutando a lo largo de estas dos décadas. La interpretación del pasado reciente es una construcción que está sujeta a diferentes intereses, lo cual implica necesariamente una lucha en la elaboración de ese pasado.
En un primer momento, hasta la década del 90, la interpretación de la última dictadura estuvo fuertemente relacionada a la violación de los derechos humanos. El ser humano es poseedor de derechos inalienables y son las instituciones estatales las encargadas de resguardar esos derechos. Este movimiento de derechos humanos estuvo dirigido por sectores muy diversos, entre los cuales podemos destacar las mujeres.
A comienzos de la década del 90 las cosas fueron cambiando. Con la entrada del neoliberalismo y la necesaria apertura económica, el pasado debía ser superado, no había espacio para recordar. Aunque esto no significó que no siguiera habiendo reclamos de justicia, la versión del pasado represivo oficial fue atenuado.
Al llegar a la actualidad, nos encontramos con un cambio en la manera de ver y analizar el proceso dictatorial. Ante la presión social la posición frente al pasado no está orientada a dejar de lado sino a confrontar, y parece ser que no hay intenciones de resolver y cerrar la cuestión.
Hemos sido parte en este país de un proceso en el que se intentó borrar del espíritu Argentino la lucha: la necesidad de organizarse como pueblo, de llevar adelante las banderas que nos hicieron dignos como la de la justicia social, la soberanía política, la independencia económica, la participación de los trabajadores en las ganancias y en el poder político, la patria grande, el valor de la democracia, los procesos de lucha popular y la importancia de construir el tejido social. Estas premisas fueron ahogadas por el individualismo cultural que trajo consigo el neoliberalismo y la globalización.
30.000 compañeros han sido desaparecidos por el secuestro y matanza sistemática de cuadros y militantes en todos sus frentes: políticos, gremial, cultural, artístico, académico, barrial, religioso, con la intención de dejar a la masa sin capacidad de maniobra, sin conducción política.

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